Hace un tiempo leí un artículo de Alberto Cárdenas Aldrete, un reconocido consultor de ventas en Latinoamérica.
En el mismo narraba la historia de una persona que había hecho una exitosa carrera en el área de ventas de una empresa de telecomunicaciones y que, como a muchos de nosotros, se le invitó a jubilarse o retirarse de la empresa.
Su artículo me hizo recordar a mi experiencia personal, cuando después de 32 años de servicio en IBM y 53 años de edad, fui invitado a retirarme, algo que, obviamente, sabía que ocurriría en algún momento.
Los sentimientos encontrados fueron muchos, sobre todo los de temor al futuro, luego de haber vivido protegido dentro de la burbuja de esta gran empresa.
La persona a la que se refería el artículo de Cárdenas y seguramente muchos, al momento de comunicar esta noticia, lo hacen con una expresión melancólica y el comentario que reciben mayoritariamente como respuesta es algo así como: “Qué pena, todo va a salir bien”.
Parte de mi plan de retiro incluía el programa de recolocación y empleabilidad de LHH DBM, el cual siempre agradeceré, por dos cosas principalmente: Me ayudó a ser consciente de algunos errores de comportamiento que pudieron afectar mi carrera profesional que debía corregir y, sobre todo, comprender que el mundo está lleno de oportunidades.
Sinceramente me parece emocionante tener la oportunidad de rediseñar nuestra vida profesional desde cero. Otras personas pensarán que atravesar esta misma situación representa un grave problema. El hecho no cambia, la interpretación del hecho es libertad de cada persona. Uno debe decidir ver oportunidades la mayor parte del tiempo.
Yo quería empezar mi nueva etapa en Recursos Humanos, área que siempre me ha parecido fascinante, pero mi CV no mencionaba ninguna experiencia en este campo, salvo, en ocasiones, haber gerenciado equipos de gente. Mi expertise estaba en las ventas y en el segmento de Tecnología, así que por ahí orienté mi búsqueda. En seis meses estaba trabajando en otra excelente empresa de TI en la que siento fui muy exitoso, pero antes de los dos años decidí renunciar porque el gran reto se había logrado y ya no veía ese gran challenge. El renunciar por decisión propia era la evidencia de que no tenía miedo de emprender un nuevo reto. Luego gerencié una empresa, también de Tecnología, especializada en biometría, pero me fui muy pronto, ya que sus principales clientes eran del sector Gobierno, sector que nunca me gustó por la corrupción y burocracia existentes.
En el artículo al que hago referencia, se comentaba acerca de lo importante que es saber vender, ya que, aunque parezca mentira, este conocimiento no se da mucho en el área ejecutiva de los corporativos. Saber vender es algo que nos servirá a todos en caso nos involucremos en una actividad empresarial independiente, como la consultoría, que fue mi caso y en donde puedo compartir y transmitir mi experiencia.
Sí, puede existir algún miedo al rechazo, pero estemos tranquilos y tengamos la confianza de que el rechazado será el producto o servicio que ofrecemos, no nosotros. Nunca lo personalicemos.
¿Cuál es la lógica de esto? Vender es “un acto de generosidad” dado que como vendedor uno está intentando solucionar un problema a un cliente, entonces lo que estamos ofreciendo es una oportunidad. El cliente debe decidir si la toma o no, ya que a fin de cuentas él será el beneficiado o perjudicado. No tiene nada que ver con nosotros el rechazo a una posible solución.
Cuando el miedo al rechazo gana el control de nuestras acciones, tarde o temprano generará que dejemos de intentar y caeremos en una zona de confort, la zona de la mediocridad. Los rechazos se incrementarán si actuamos sin convicción, con miedo, y a la larga eso traerá frustración.
Cualquiera tiene la prerrogativa de rechazar nuestro producto, pero nadie tiene la autoridad de hacernos sentir rechazados.
Entre más miedo superemos, en esa proporción será nuestra grandeza; entre más rechazos tengamos con mayor rapidez llegaremos a ella.
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